Roosevelt, y la obsesión por la Tarjeta Verde
Por: Mauricio López Rueda
Tomado de EL COLOMBIANO
Roosevelt Castro creó la Tarjeta Verde como una fórmula del juego limpio en el deporte. Esta es la historia de una idea y un hombre persistente.
Hay un personaje en el Libro de los Amores Ridículos, Zaturecky, a quien Milan Kundera no termina de describir, pero que uno se imagina pequeño, ojeroso, bigotón, medio calvo y levemente encorvado. Zaturecky es fastidioso como una piedrita atorada en la punta del zapato, y persigue a Kundera para que este le publique un artículo sobre Mikolas Ales, maestro del dibujo.
Zaturecky es persistente y, aunque su artículo es “pobre en profundidad y estilo”, insiste en que debe publicarse, contumacia que Kundera no es capaz de enfrentar con decoro, y más bien elige esconderse antes que darle la cara a tan inamovible personaje.
Roosevelt Castro Bohórquez no es un fastidioso Zaturecky, pero si comparte con él la misma persistencia y ha estado rodeado, toda su vida, de cientos de Kunderas.
Su artículo de Mikolas Ales es la Tarjeta Verde, un proyecto que comenzó en 1986, el año de Maradona, con estampitas del Divino Niño.
“Roos” hizo cursos de arbitraje con Gonzalo Valderrama en 1982 y luego con Octavio Sierra y Juan Manuel Gómez en 1985. Tras graduarse, comenzó su carrera con el arbitraje didáctico. Les enseñaba a los niños las 17 reglas del fútbol a través de la filosofía del juego limpio y los buenos valores, y luego les regalaba las laminitas, protegidas con una suerte de sobre de caucho.
En 1995, o 1996, ingresó a la Universidad de Antioquia para estudiar Historia, pero como ya había dado pasos en el periodismo, fundando una revista de fútbol aficionado, haciendo radio, humor y muchas otras cosas, se cambió de facultad.
En esas mismas fechas retomó el arbitraje didáctico con el componente en valores. Se va para Carabobo, entre Maturín y San Juan, y compró unas 100 laminitas del Divino Niño. Esas laminitas se las entregaba a los niños y a los padres de familia.
La frase de batalla era: “Yo amo, respeto y tolero al adversario”.
Entre tanto, ganaba dinero con un negocio de banquetes familiar, el arbitraje de barrio y una que otra palomita en el periodismo.
“Mientras uno esté vivo tiene esperanzas. Mientras uno esté vivo cualquier cosa puede pasar”, dice ahora, todavía esquivándole a la vejez, aunque ya tiene arrumados más de 60 almanaques en su casa de Florida Nueva, en la comuna Laureles.
No mide más de un metro y 65 centímetros, aunque él siempre tiene un medidor a la mano y unos zapatos con suela alta para refutarlo. Es flaco, bonachón, chistorete y en exceso generoso. Ir a la casa de Roosevelt es como llegar a una barra libre, pues el anfitrión es dadivoso con la comida y la bebida.
Su Tarjeta Verde ha sido copiada en Italia, Chile, Brasil, Argentina, España y México, aunque muy pocos le han dado el crédito (¡Malditos Kundera!). Pese a ello, Roosevelt no se rinde y ya le envió detalles de su proyecto al Papa Francisco, a la Fifa y a los organizadores del Mundial de Qatar (¡Indómito Zaturecky!).
Es enjuto, bajito y su pelo parece una madeja de alambre de cobre puesta en desorden sobre su cabeza. Usa gafas y es ampliamente reconocido porque siempre lleva consigo un maletín ABC, de cuero, que muchos coleccionistas quisieran tener en sus estantes.
Siempre viste de paño y camisas; su casa está llena de retratos viejos, antiguos informes periodísticos e incontables archivos y documentos de sus luchas.
Cualquiera diría que es hiperactivo, porque Roosevelt nunca para de hacer cosas. A veces está coordinando una jefatura de prensa y después lo ve uno entregando o recibiendo premios en el CIPA. Sabe de radio, de televisión y hasta ha escrito libros, pero la Tarjeta Verde es su espada de batalla, o quizás el pesado lastre que arrastra desde hace 36 años, la obsesión de la que no ha podido soltarse.
Pequeños triunfos
Durante la pandemia, y tras varias pataletas mediáticas, logró que la Alcaldía de Medellín se fijara en él y lo buscara para aplicar la metodología de la Tarjeta Verde como pedagogía para que las personas respetaran el uso del tapabocas. Con su uniforme de árbitro, un pito y su tarjeta, se paseó por toda la ciudad repartiendo “sanas amonestaciones”, como un sacristán repartiendo hostias en la misa de 7.
Fue la primera vez que la Tarjeta Verde tuvo éxito con la firma de su autor. Por fin le habían publicado su libro de Ales a Zaturecky.
Años atrás, un periodista amigo, Diego Londoño, advirtió a Roosevelt del uso de la Tarjeta Verde en otras regiones del mundo. Le contó que había leído algo sobre un partido en Italia y a “Roos” se le abrieron los ojos y se le soltó un cachumbo.
Resulta que, en 2017, la Tarjeta Verde fue incorporada al reglamento de la Serie B en Italia, y ese mismo año, se produjo un hecho histórico: el primer partido oficial en que se implementó la tarjeta fue entre Vicenza y Virtus Entella. Un jugador del Vicenza, Cristian Galano, tiró un balón a portería y el árbitro Marco Mainardi pitó tiro de esquina. Galano, con una mueca conciliadora, dijo que el portero no había tocado la pelota, entonces se decretó el código Tarjeta Verde por juego limpio. Fue el primer jugador al que le sacaron la “tarjeta verde” en un partido profesional, y Roosevelt no estaba.
En septiembre de 2017, Orlando Ruiz Posada, periodista de El Tiempo en Medellín, hizo una nota diciendo que la tarjeta ya había sido teorizada y llevada a la práctica en el fútbol infantil hace más de 30 años en Antioquia, por Roosevelt Castro, lauro que, en todo caso, no le sirvió mucho.
Orígenes
Nació el 16 de abril de 1959, en Villa Rica, Tolima, en una época de turbulencia política que germinó, sobre todo en el “Tolima Grande”, algunas de las primeras guerrillas campesinas.
Es hijo de un práctico agrónomo y una aguerrida mujer de Anolaima. Estuvo a punto de nacer en Santa Marta, pero su padre, del mismo nombre, tuvo que regresar con todo y familia a Villarrica, para recoger unos documentos que le pedían en la Federación Nacional de Cafeteros, entidad que lo había acabado de contratar.
De modo que Roosevelt llegó al mundo en la tierra de sus padres, por mera casualidad, pues el resto de sus siete hermanos nacieron en diferentes ciudades del país.
Siete meses después de haber salido del vientre de doña Cecilia fue trasladado a Antioquia, precisamente al municipio de Heliconia, tierra del bullanguero Cosiaca. De modo que Roosevelt, con toda razón, se presenta como antioqueño sietemesino, y de pura cepa.
Lo de él y su familia fue toda una correría, una interminable trashumancia. Después de Heliconia se fueron a vivir a Sonsón, luego pasaron por Betania, Caramanta, Santa Bárbara y, finalmente, desembarcaron en Medellín, en el barrio Florida Nueva, donde su familia compró una casa grandota, de dos plantas, balcón y terraza, en la que actualmente vive junto a su madre, Cecilia Bohórquez, quien tiene 93 años y un alzheimer “galopante”, si lo describiera el mismísimo Carrasquilla.
Precisamente, en su época de estudiante, representó personajes de Carrasquilla en varios grupos de teatro que él mismo formó. También fundó periódicos escolares y equipos de fútbol aficionado en su barrio.
En 1977 conoció a Guillermo Hinestroza y con él se introdujo al mundo de la radio.
Dice haber puesto la primera piedra de lo que hoy se conoce como Baby Fútbol o Ponyfútbol, en 1979, y que dirigió, “palabra de Dios”, los equipos infantiles de la UPB de donde surgieron Víctor Marulanda, Oscar Pareja y Gustavo “Misil” Restrepo, entre otros.
En 2004 se ganó el Premio Shofar es Tiempo de Paz al Comunicador para la Paz que entrega anualmente Colfolider. También se ganó órdenes cívicas por parte de la corporación Colima y hace poco ganó un premio de periodismo de la Alcaldía de Medellín por una crónica – adivinen – sobre la Tarjeta Verde.
Roosevelt no se cansa, no se detiene, y sigue empecinado en que su Tarjeta Verde logre escalar la cima de fútbol y se quede allí, como una de esas banderas que abundan en el Everest, y que terminan derrumbándose o perdiéndose por acción de la lluvia, la nieve y el viento.
Mientras tanto, seguirá sobreviviendo corriendo de aquí para allá, haciendo periodismo o alquilando sillas para banquetes, en su barrio Florida Nueva, hasta que su buena madre ya no pueda reconocerlo, o hasta que él ya no se reconozca a sí mismo.
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