La parábola de José René
Por Nectalí Cano
En el día nueve del mes ocho, al minuto siete del segundo tiempo, José Rene Higuita tenía una cita con uno de los seis goles de tiro libre que marcó en su carrera, en la que jugó en cinco países, se consolidó entre los cuatro arqueros más goleadores del mundo, obtuvo tres títulos internacionales con Atlético Nacional, hizo parte del equipo ideal de América por dos años consecutivos y provocó que la International Football Asociation Board, la garante del reglamento, repensara una norma sobre las posibilidades del juego de aquellos que casi siempre usan el número uno. Pero esto no es un conteo regresivo, por más que sea el punto cero de la parábola que trazó con un balón.
Es 1995 y Atlético Nacional de Colombia y River Plate de Argentina juegan la semifinal de ida de la Copa Libertadores. El equipo argentino tiene una nómina llena de estrellas que se quedarán en la memoria de muchos y que triunfarán en el fútbol europeo como Matias Almeyda, Marcelo Gallardo y Ariel Ortega e históricos como Celso Ayala, Hernán Díaz y el arquero Germán “El Mono” Burgos. En Nacional aún quedan algunos integrantes del campeón de la Libertadores 89, René Higuita, Chonto Herrera, Jaime Arango y Alexis García y se destacan, y se destacarán en los años siguientes, Néider Morantes, Víctor Aristizábal, Juan Pablo Ángel y Mauricio Serna.
En el primer tiempo, muy pocas oportunidades de gol llevaron a quedarse en el cero a cero: un centro de Morantes que no alcanzó a conectar bien Francisco Foronda, un mano a mano que Burgos le negó a Ángel, un remate desde afuera de Juan Pablo que El Mono desvió al tiro de esquina y un cabezazo de Juan Pablo a la salida de un tiro de esquina que se va muy alto. Juan José Peláez mira el banco tratando de remediar la ausencia de su goleador Víctor Aristizábal, que no pudo estar en el partido de ida, pues Luis Ángulo poco y nada ha aportado en ataque y Juan Pablo Ángel no ha logrado mojar. A la cancha William Matamba, un tumaqueño de 24 años que había jugado para Pereira y Envigado y que luego iría al Once Caldas, antes de piratear por Suramérica jugando en Iquique de Chile y en Municipal y Cienciano de Perú. Con su edad en el dorso de su camiseta, en la primera pelota que toca es derribado cerca del área por el defensor Ricardo Altamirano. Él aún no lo sabe, pero recibir la falta es su gran aporte a la historia de Atlético Nacional.
Casi con 29 años, un título de Libertadores encima y en el resurgir de su carrera después de su detención, René camina desde el arco norte del Atanasio Girardot. Con medias blancas, pantaloneta negra y un buso gris con detalles azules y unas estrellas amarillas, Higuita va al encuentro con la pelota. Por un instante mira atrás y, aunque la violencia hacía más de un año se había llevado a Andrés Escobar, ese ángel que cuidaba el arco cuando René salía a loquear, siente una presencia fuerte y enorme en sus pasos. Atrás, Francisco Foronda se queda custodiando, pero también sospecha que va a suceder algo grande y se adelanta unos pasos. La ciudad lleva consigo un espíritu de resurgir, de creer que es posible una historia distinta pues hace dos meses un ataque se llevó 24 vidas con una bomba escondida en la escultura El Pájaro de Fernando Botero. Hoy está especialmente llena de pétalos por la celebración de la Feria de las Flores y René marcha con el paso firme de los silleteros, mientras todos miran su espalda para ver el mensaje de su silleta: es el número 1. Su rostro es entusiasta, si es verdad eso que dicen los griegos de que el entusiasmo significaba tener un dios dentro de sí. José Fernando Santa recoge la pelota y Carlos Gutiérrez se la pide. Segundos después, Gutiérrez estará al lado de René, justo antes de que Higuita dé siete pasos cortos hacia atrás, que después, con más velocidad y extensión, se convertirán en cinco pasos para el encuentro con la pelota. René siente que el tiempo se detiene, como en un oráculo, como en una epifanía, todo el tiempo, el pasado, el presente y el futuro, pasan por su mente por unos segundos, que él siente como años.
René da el primer paso hacia atrás y se ve en los primeros años de la década del 70 metiendo goles en las calles de Castilla. Se ve en la Selección Antioquia, en la que el profe Ricardo Lagouyete reconoció su talento enorme, pero le dijo “querés fama, lléname dos canequitas de sudor para lograrla”. Se ve campeón prejuvenil con la camiseta de Antioquia. Se ve en 1985 debutando con la camiseta de Millonarios. Se ve siendo uno de los baluartes de la nómina de Los Puros Criollos de Atlético Nacional que desde 1987 revolucionarían, para siempre, la historia del fútbol colombiano. Se ve en 1987 en la Selección Colombia jugando una hermosísima Copa América en Argentina, derrotando en el partido por el tercer puesto al equipo de Maradona. Se ve perdiendo de manera increíble la posibilidad de jugar la Libertadores de 1988, cuando en diciembre del 87 su equipo pierde con América de Cali en Medellín, en la tarde aquella en la que el 9 del equipo, Juan Jairo Galeano, y el 10, Humberto Sierra, botaron sendos penales, antes de que el más bajito de la cancha, Willington Ortiz ganara un salto y derrotara a René. Se ve consolidando su juego en el torneo de 1988 y clasificando como subcampeones para la Copa Libertadores del 89.
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René da otro paso atrás, un poco más corto que el primero, porque el universo ya está ralentizado dentro de sí. Y se ve en la larga noche de los 18 penales, en ese inolvidable 31 de mayo de 1989 cuando de sus pies y sus manos se construyó gran parte de la primera Copa Libertadores para Atlético Nacional y para Colombia. Ve el primer penal que le tapa a Ever Almeida para poner a Nacional en ventaja. Ve los cobros efectivos de Andrés Escobar, El Palomo Usurriaga y Jhon Jairo Tréllez y los que cuatro goles de Olimpia que él no le pudo detener. También ve el cobro fallado por Alexis y la presión que le metió a René para no fallar el quinto e igualar la serie. Y ve el eterno mata-mata cuando él le detiene a González y los fotógrafos enloquecidos invaden el área para retratarlo, pero Felipe Pérez falla el siguiente. Ve su estirada a la izquierda para detener el remate de Guasch y el remate afuera de Gildardo Gómez que alargaba la espera. Ve de nuevo su cuerpo volando a la derecha para taparle el penal a Valbuena y al Coroncoro Perea fallando su remate. Ve a Chamas enviando el balón a las nubes y a su hermano del alma, Leonel, cobrando el penal como dicen los manuales: duro, cruzado y abajo. Ve la locura que desataron en el país y se ve a él mismo actuando en el comercial de Frutiño y en otras campañas publicitarias.
El tercer paso es más corto que el segundo. Y su mente está invadida de esa fiebre que desataron él y sus parceros para llevar a Colombia a un Mundial después de 28 años. Se ve saliendo hasta la mitad de cancha en partidos claves de la ronda clasificatoria como el de Paraguay e Israel. Se ve en Italia 90 deteniendo el penal contra Yugoslavia. Se ve saliendo a parar un balón con el pecho fuera del área y a dominarla ante la impotencia de Rudi Völler que no tuvo más remedio que hacer la falta. Se ve sacando el remate de Jurgen Klinsmann que iba al ángulo. Ve el remate de Littbarski al minuto 88 que no pudo detener y el gol de Rincón para el empate al minuto 92. Ve su infortunada jugada en el partido con Camerún cuando perdió el balón con Roger Milla y el regreso a casa.
El cuarto paso es aún más corto. Ve el problema que se generó el 3 de julio de 1991 con su visita a Pablo Escobar. Ve su experiencia en España, jugando para el Valladolid, y su regreso a Nacional. Ve su detención de seis meses. Ve sus días de pruebas y malestar. Ve cómo tuvo que conformarse con el Mundial de Estados Unidos 94 por TV cuando, quizás, la historia le debió reservar un lugar en ese espacio.
El quinto paso es aún más lento y corto. Ve el título local con Nacional en 1994, cuando fue clave para bordar la sexta estrella del Verde. Ve que su capacidad estaba en lo más alto posible y su aporte sigue siendo fundamental para escribir la historia del fútbol colombiano.
El sexto paso, más corto aún, le muestra en su regreso a la Selección Colombia para jugar la Copa América de 1995 cuando estuvo a punto de, por poco, marcar gol de tiro libre.
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El séptimo paso le muestra la actual campaña de la Copa Libertadores, los triunfos de Nacional como local ante Universidad Católica y Universidad de Chile. Ve los dos empates como visitantes en Chile. Ve el empate de local y la derrota como visitante ante Millonarios. Ve la llave ante Peñarol que despacharon con dos marcadores iguales de 3 a 1 para pasar con contundencia. Ve los cuartos de final con Millonarios, el triunfo 2 a 1 y el empate 1 a 1 para llegar a esta fase con River. Entonces se extraña de estar viendo todo esto y, olvidando que tiene guantes en las manos, posa su mano junto a la nariz para sentir la respiración. Su compañero Carlos Gutiérrez le ha dicho algo, pero su mente y su espíritu están transitando entre todos los tiempos.
Da el primer paso hacia adelante y ve el desenlace de la serie. Ve el gol entrando por el ángulo. Ve la vibración de las cuerdas bucales del Paisita Múnera Eastman que se manda un relato emocionado en el que recuerda que René es el mejor del mundo. Ve sus compañeros enloquecidos armando una pila, una pirámide, para celebrar. Ve la tribuna explotar. Ve el pique de Pacho Foronda que doce segundos después del gol ya ha atravesado la cancha para sumarse al combo que celebra. Ve el resto del partido donde no se puede ampliar la diferencia, pues Jimmy Arango remata desviado en la oportunidad que tuvo y William Matamba no pudo resolver un mano a mano con Burgos. Ve que tampoco River pudo empatar, pues Higuita se encarga de tapar un cabezazo de Corti. Ve el partido de regreso, ya con Aristi en el equipo, quien igualmente no termina el partido por expulsión. Ve el partido de vuelta con su actuación que es considerada por muchos como la más influyente de un portero en un partido en toda la historia de la Copa Libertadores. Ve cómo en el previo del partido de vuelta va a bajar la tensión mandándose un escorpión en el calentamiento. Ve un remate de Ortega que va al travesaño y en el rebote Gabriel Amato también la manda al palo. Ve un remate que le saca al Muñeco Gallardo. Ve un juego de amagues con Cedrés que no termina en gol porque René saca toda su calle y corrige la posición para que el gol no entre por su palo. Ve como para con el pecho un remate de Cedrés. Ve como se queda corto su esfuerzo cuando sale en el tiro de esquina y no alcanza a evitar el cabezazo de Gabriel Omar Amato, pero también se ve minutos después negándole un gol de rabona que se colaba en el segundo palo. Ve la tanda de definición que se prolonga por dieciséis penales. Ve como no alcanza a detener ninguno de los cinco primeros, pese a que adivinó el lugar del remate de Gallardo, Hernán Díaz, Ortega (quien después del penal va y lo saluda), Amato y Cedrés. Ve que también adivina el remate de Celso Ayala (se escapó por poco) y de Almeida, el único penal que detuvo esa noche, pero con el que fue suficiente. Se ve picándosela a Burgos en el primer penal, mientras El Mono se da golpes de pecho para intimidar. Ve que para el octavo cobro Matamba no se animó y Foronda debió ir a convertir el penal definitivo. Ve la serie de la final contra Gremio, la derrota 3 a 1 en Brasil, donde Aristi no pudo jugar por la expulsión en Buenos Aires y ve el partido de ida 1 a 1 en Medellín, cuando no pudo celebrar, pese a que tres días antes, en su cumpleaños 29, muchos le habían deseado un título cuando sopló las velitas.
El segundo paso le muestra lo que va a suceder en menos de un mes jugando para la selección Colombia. El 6 de septiembre de ese mismo año, en el estadio de Wembley, devolvería un remate de los ingleses con su mítica jugada del escorpión. Y ve su segunda etapa internacional jugando en el fútbol mexicano y su regreso a Colombia para jugar en el Medellín. Se ve marcándole un gol de tiro libre a Nacional en un clásico en el que demostró su vigencia. Se ve jugando con el Real Cartagena, con Junior y con Pereira, donde volvió a compartir equipo con Leonel Álvarez. Ve cómo es el máximo atractivo de los hinchas de Bajo Cauca. Ve su tercera incursión internacional tapando para el Aucas de Ecuador. Ve su nuevo regreso al Bajo Cauca. Se ve de nuevo jugando por fuera de Colombia con Guaros FC de Venezuela y finalmente ve su año de retiro con Rionegro y Deportivo Pereira. Ve su partido de despedida con estrellas como El Pibe Valderrama, César Cueto, Leonel, Iguarán, Alexis García, Asprilla, Aristizábal, Diego Osorio, Aldo Bobadilla, Mackenzie, Alex Aguinaga, Óscar Córdoba, Néider Morantes y Chicho Serna, entre otros, en una tarde que tuvo tiempo para tapar un tiro libre con un escorpión y marcar su gol de tiro libre, antes de ser sustituido por su hijo Andrés René en el arco y continuar jugando como delantero para hacer otro gol. Se ve partido, en su homenaje, dando palabras de agradecimiento y poniendo a todo el estadio a clamar por la libertad de las personas retenidas por los actores armados y citando a su abuela Ana Feliza con un sencillo y profundo “Dios les pague”, antes de fundirse en un abrazo con su esposa y sus hijos. Se ve días después de su despedida, viendo como su ciudad, en vida, lo homenajea al poner su nombre en la Unidad Deportiva de Castilla René Higuita.
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El tercer paso le muestra, más de dos décadas después, su etapa en el cuerpo técnico de Al-Nassar de Arabia, al que llegó de la mano de su amigo y maestro Francisco Maturana, pero donde continuó de la mano de otros grandes entrenadores. Se ve sorprendido con su nivel de reconocimiento en el mundo entero al ver que, a pesar de no poderse fotografiar, las mujeres arabes hacían fila para tener una foto con él. Ve todos los homenajes en los que participará por su rol de superestrella en la despedida de Maradona y de Chilavert, entre otros astros.
En el cuarto paso se ve regresando a Nacional para ser entrenador de arqueros y acompañar momentos tan emotivos como la despedida del arquero Franco Armani, en la que de nuevo citó a su abuela para decir que “a la gente buena siempre le tienen que pasar cosas muy buenas. Y ve el regreso de Armani para tapar en Nacional, mientras René sigue siendo parte del cuerpo técnico
En el quinto paso se ve en la despedida de Armani, entregándole a Franco su rol como entrenador de arqueros para, ya con 60 años, asumir la Vicepresidencia de Fútbol de Atlético Nacional. Un cargo creado para recoger toda su sabiduría y su experiencia de más de cuatro décadas al servicio del fútbol.
Y parece que va a seguir viendo cosas interesantes, pero su guayo ya impactó el balón y la visión desaparece. La pelota sale de su pie para dibujar una parábola, pasa por un costado de la barrera y toca la base del travesaño antes de caer en el arco de un Burgos que mira impotente. Un segundo se tomó el balón para ingresar al arco y convertirse en el gol más importante que se marcó en la tribuna sur del Atanasio Girardot. René quiere correr al banco a celebrar con los suyos, pero su epifanía ha dejado el corazón recargado y su cuerpo se va hacia el lado izquierdo. Y mientras gira para abrazarse con los suyos, sabe que es un momento histórico y, aunque el estadio aturde con sus gritos, desde ahí, desde la cancha, siente la voz de Múnera Eastman que no sabe ni qué decir y simplemente estalla en un interminable Renéééééééééééééééééé.
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