El día que Medellín amó al ciclismo
Por Pablo Arbeláez Restrepo
Hoy es de esos días que algunos no podrán olvidar en sus vidas. Por lo que vieron, por lo que sintieron y por lo que vibraron, permanecerá grabado en el disco duro de su memoria. Sí, en un privilegiado espacio de la mente. Y la fecha: el 15 de febrero de 2019, que quedará inscrito como el día en que Medellín amó al ciclismo del siglo XXI.
Por donde quiera que pasó la cuarta etapa del Tour Colombia 2.1 hubo gente, pero no fue de cualquier manera. En algunos sitios, como en los alrededores del estadio Atanasio Girardot, punto de partida y de llegada, fue por cargas.
Pero en otro lugar, que se hizo más corto en su transitar, por gracia de la bicicleta, el asunto fue de locura. De vivir momentos de desbordada pasión al paso de Rigoberto, Nairo, Supermán y Froome –perdió 43 segundos-, una pequeña, pero a la vez enorme muestra de estos héroes que fueron aclamados a rabiar por la fervorosa multitud.
Este extasiado público, como parodiando los contenidos del profesor Carlos Cossio (estudioso de la opinión pública), perdió su forma original y se hizo masa como fenómeno, para brindarle una espontánea muestra de cariño a los ciclistas de 23 nacionalidades, quienes hoy encontraron, en el atrevido ganador Bob Jungels y nuevo líder, a su mejor representación.
Nada que envidiar, en esos 400 metros de subida y descenso, con vías paralelas, de Los Balsos, a algunos tramos del Tour de Francia o del Giro de Italia, donde la gente va a entregarse toda como masa por sus héroes que los representan, esos que van montados en un frágil y delgado aparato de dos ruedas.
Contar, como reacción inmediata, que ella, la que llevaba una hora bajo el sol, acababa de ver pasar por su lado a Chris Froome. ¡Vi a Froome! ¡Vi a Froome! Gritó con alegría incontenible. Eso que decía la hincha, recién llegada al pedal, era como estar contando a los cuatro vientos su hazaña personal. O como el pequeño niño, apostado impaciente detrás de las vallas, quien relataba que con su celular acababa de obtener el trofeo de su vida: tomarle una foto a Nairo Quintana.
Cada uno de los cinco pasos de los corredores por este sector, donde se está a poco del final de Medellín, que tuvo una especie de día cívico no declarado, fue una fiesta de desbordada expresión en el atiborrado estadio del pedal. De una genuina demostración de cariño, de gratitud con estos muchachos, que van como seres alados en sus máquinas, aquí y acullá: ¡gracias en nombre de todo un país!
Era Rigo, era Nairo y en otras Superman, el de la fuga asombrosa e interminable. Era una demostración de afecto, de esas que se hacen perennes y se perpetúan en el tiempo a modo de tatuaje mental. El efecto masivo de recordación, para la actual generación, con detalles e imágenes, las cuales nunca se podrán borrar, porque como en el brillante pasado de Ramón Hoyos, Medina y los gallos de la montaña; de Cochise y el Ñato; Millo, Vargas y Botero, Medellín salió para decir: ciclismo, te llevo en mi corazón.
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