El combate “Diviniza”
¡Y enmudeció el palenque cuando un girazo en el redondel…!
La ranchera irrumpe a mil decibeles por las columnas de sonido. Más de veinte mil gargantas hundidas en la penumbra liberan un ¡eee! de euforia que me estremece el pecho. Un chorro de luz rompe la oscuridad del túnel, incrustado en el extremo derecho. Emerge Caín. Otro ¡eee! me vuelve a sacudir. Giro y veo miles de bocas reproduciendo esta monofónica exclamación. Parecen guerreros de una tribu cumpliendo un ritual místico y vehemente antes de acudir a una batalla.
En la jaula, Werdum, menos musculoso pero más alto que Caín, sonríe. Me da la sensación de que lo hace para sublimar el efecto de intimidación que quieren provocarle los que gritan ¡eee! y que llevan pañoletas de México anudadas en la cabeza y ondean banderas también de México con la cara de Caín estampada en el centro. Werdum, brasileño, es un desfogue de simpatía que a todo le sonríe. Campeón mundial interino de los pesos completos. Caín, mexicano-americano, es un silencio de cejas anudadas y faciales rígidos contra los que choca cualquier mirada. Es el campeón mundial vigente pero, por una lesión y una pausa larga, ahora está obligado a defender el cetro en un combate que unificará el título UFC.
Todos esperaban aquello ¡La pelea del siglo! Explosión de puños y patadas, de rodillazos, codazos, llaves y palancas sobre una lona que, después de 9 combates, mostraba escandalosos manchones de sangre compitiendo, e incluso ganándoles en visibilidad, con los anuncios publicitarios impresos sobre ella. Cuando Caín metió su pie derecho al octágono, retumbó de nuevo aquel ¡eee! que ya no me estremecía. Es más, lo disfrutaba y casi correspondo con mi propio ¡eee! Al fin, los seres humanos somos un amasijo de pasiones mediadas por la moral y la razón. Aunque a veces “moral” se confunde con “moralismo” y “prejuicio” con “razón”, sin que muchos notemos cuándo y cómo se da este sutil enroque.
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Yo estoy allí, a tres metros de aquel octágono. No es un concierto pero la euforia desborda las siete bandejas del Arena Ciudad de México. No es boxeo, no es jiu jitsu, no son artes marciales en exclusiva. Son todas estas modalidades a la vez. Luce como algo para dementes, dice el prejuicio. Pero un poco de razón tal vez obligue a ahondar en otras vertientes para comprender al hombre, depurado por la disciplina, expresando la “electricidad” de sus instintos y su naturaleza en un combate que se antoja liberador.
¡Plas! ¡Plas! Los primeros impactos de Caín se quedan en la defensa de Werdum. Las escenas se superponen unas con otras como si fueran centelleos de un poderoso flash. El brasileño mete rectos y ganchos con una velocidad que supera la del sonido. El tabique del mexicano enrojece y sangra. ¡Caín! ¡Caín! ¡Caín! Corea la muchedumbre. Rito Maya o Azteca para momentos difíciles. ¡Sí se puede! ¡Sí se puede! Canto a Moctezuma reencarnado en este peleador con nombre de antihéroe bíblico.
Tercer asalto ¡México! ¡México! ¡México! El Arena es una sola garganta que con su grito feroz quiere detener la dirección del destino. Caín intenta una embestida final. Error. Su cabeza queda incrustada bajo la axila de Werdum. La guillotina está a punto de cortar el flujo de sangre. Caín aguanta pero al final da las tres palmadas de la rendición. El juez se lanza –es tan protagonista como los dos guerreros- y los separa. Werdum corre por el ring, salta y se trepa sobre el lomo de las barandas al tiempo que extiende los brazos hacia arriba…
Hoy, dos años después de la “Pelea del Siglo” -UFC-, veo las escenas en retrospectiva y pienso: “El hombre se ‘diviniza’ en el combate”. Desde las cavernas, construimos el mito. Y, a pesar de los siglos, hoy correspondemos a esta génesis: ser dioses. Dioses sublimes, dioses mundanos. Y de momento lo conseguimos.
El flash de la memoria me centellea su última imagen. Werdum desciende del lomo de la gloria, camina sobre aquellas manchas rojas y busca a Caín. Lo abraza, le habla al oído, se solidariza con él. Ninguna sonrisa que pueda hacerlo sospechoso de burla. Caín, más bajo, parece refugiarse en el pecho de quien lo ha doblegado. Y desanuda sus cejas, también sus faciales pétreos. El combate ha sido liberador…
Por: Amado Hernández Gaviria, Periodista deportivo.
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