Deporte y letras – 75 años del natalicio de Eduardo Galeano
Tras un remate que había pasado por encima del travesaño, el arquero dio un pase largo que llegó hasta mí que me hallaba al lado izquierdo de la cancha, unos metros más adelante de la línea que divide el campo. El partido iba 3 – 3 y el último gol decidía el equipo que debía comprar la gaseosa. Me encontraba de espaldas al arco contrario, recepcioné el balón con el pecho y dí un giro, cuando levanté la cabeza, dos de los volantes del equipo contrario arrancaron hacía mí, yo también arranqué con mucha velocidad hacía ellos , tiré un ocho largo y los dejé en el camino; fue una salida rápida, atacábamos tres y solo defendían cinco tras dejar atrás a los dos volantes. Yo seguía con mucha velocidad por la banda derecha, el lateral se vino desesperado y el balón se lo pase entre los pies; solo quedaban cuatro, dos me escalonaban y los tres dos marcaban a mis compañeros mientras entraban al área. Los últimos dos defensas se plantaron a esperar mi llegada a unos centímetro del área grande, cuando me tuvieron enfrente, ambos se arrojaron hacía el balón, con un rollo pasé por la mitad de ambos, mire de reojo a mis compañeros y rematé al arco, el guardameta quedó vencido y cuando el balón estaba a punto de ingresar a la portería… escuché una voz:
Eduardo, Eduardo – era la voz de mamá – levántate, tus amigos te están llamando.
Siempre era lo mismo, yo me soñaba en los estadios más grandes del mundo, soñaba con que me sacaba a todos los jugadores del equipo rival y terminaba anotando, pero la voz de mi mamá siempre me sacaba del letargo y cuando el balón estaba apunto de entrar, la voz de mi madre sonaba y la jugada quedaba inconclusa.
“Yo jugaba muy bien, era una maravilla, pero sólo de noche, mientras dormía: durante el día era el peor pata de palo que se ha visto en los campitos de mi país”; mis amigos siempre me buscaban porque era el dueño del balón y siempre era el último que escogían para jugar.
Como hincha también fracasé, “Juan Alberto Shiaffino y Julio César Abbadie jugaban en Peñarol, el cuadro enemigo. Como buen hincha de Nacional, yo hacía todo lo posible por odiarlos. Pero el Pepe Schiaffino, con sus pases magistrales, armaba el juego de su equipo como si estuviera viendo la cancha de lo más alto de la torre del estadio, y el Pardo Abbadie deslizaba la pelota entre la línea blanca de la orilla (…) corría sin rozar la pelota ni tocar a los rivales: yo no tenía más remedio que admirarlos , y hasta me daban ganas de aplaudirlos”.
En muchas ocasiones me frustraba un poco, decidía prestar el balón, quedarme en casa viendo fútbol o escribiendo y ahí, precisamente escribiendo, volvía a ser el jugador al que la diosa del viento le besó los pies, me inventaba jugadas que ni Garrincha, Beckenbauer, Eusebio, Cruyff, Muller, Pelé o Maradona hubiesen sido capaces de materializar y por supuesto, Galeano era quién las protagonizaba y me veía a mí en el campo de juego, con la camisa blanca y la pantaloneta azul, con el número 10, el de los talentosos plasmado en mi espalda, pero ¡que va! Luego de esos instantes oníricos, algo sí quedaba plasmado, mi nombre al final de los textos, porque ni el número, ni mucho menos las jugadas se hicieron realidad.
La musa nunca llegó mientras tenía el balón en los pies, decidí dejarlo – aunque creo que él me dejó a mí – y agarré la pluma, quizá por ese lado encontré mi norte, pero no el de Norteamérica ¡Dios me libre! Pero la pasión por la pelota nunca desapareció, se expandió un poco, no dejé de ser hincha del Nacional ¡eso jamás! “En su vida un hombre puede cambiar de mujer, de partido político o de religión, pero no puede cambiar de equipo de fútbol”, sin embargo, me declaré un“mendigo del buen fútbol: Una linda jugadita, por amor de Dios y cuando el buen fútbol ocurre, agradezco el milagro sin que me importe un rábano cuál es el club o el país que me lo ofrece”.
“Fracasé como intelectual, me gusta el fútbol”, así lo declaró Peter Esterházy y en eso se parece el fútbol a Dios, “en la devoción que le tienen muchos creyentes y en la desconfianza que le tienen muchos intelectuales”, los pensadores detestan la pelota argumentando que el pueblo envilecido por el fútbol, deja de utilizar la cabeza para pensar con los pies. Rudyard Kipling se burló del deporte rey en 1880 y Jorge Luis Borges lo hizo de una forma más sútil dictando una conferencia sobre la inmortalidad, el mismo día que Argentina jugó el primer partido del mundial del 78. En ocasiones lo veo jugando ajedrez, lanza un comentario acerca del opio del pueblo… Benedetti y yo sonreímos y seguimos recordando el gol de Severino con Boca en el 1943, el de Heleno en el 47 a Botafogo, el de Garrincha del 78, mientras que Camus se jacta diciendo que él los hubiese atajado y así se nos pasan los días acá; ahora que pienso en Borges, tal vez el ajedrez presente un gran reto a nivel intelectual, pero dudo que brinde las emociones de ver un regate, un sombrero, un caño, una atajada o un gol en el último minuto.
Por mi cumpleaños, Sócrates, Leonidas Da Silva, Meazza, Di Stefano y Adolfo Pedernera van a jugar contra Ricardo Zamora, Garrincha, Puskás, Severino y Scarone… hablé con el barbado y organizó todo, como comprenderás, ése partido no me lo quiero perder. Hasta pronto.
*Hoy se cumplen 75 años del natalicio del periodista, escritor e hincha del Nacional de Uruguay, Eduardo Galeano, este pequeño texto es un intento de hacerle un homenaje póstumo a uno de los mas grandes escritores que ha dado Sudamérica.
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