Conocer a Maradona me costó $2.400
Por Roosevelt Castro B
Eran los albores del 2007, cuando Diego Armando Maradona pisó el gramado del Estadio Atanasio Girardot, de Medellín, Colombia. Fue invitado especial para la despedida del fútbol de su amigo Mauricio “El Chicho” Serna. Colombia futbolera despertaba de la resaca, en un año atípico para la pelota del país, pues Cúcuta Deportivo y Pasto, dos equipos poco tradicionales, le asestaban un duro golpe a los históricos, al llevarse los títulos en disputa del año anterior y en los que algunos calificaron como “La Revolución de los Chicos”.
De igual forma, la Escuela de Fútbol de Interés Social Alcaldía de Envigado, EFISAE Envigado, se subía a lo más alto del podio del Festival Ponyfutbol. Los niños, dirigidos por Jorge “Chucho” Betancourt, se coronaban campeones de la Vigésima Cuarta versión de este Torneo infantil que organiza la Corporación Los Paisitas.
Colombia venía de reestrenar presidente. Un 28 de mayo de 2006 se llevaban a cabo las elecciones presidenciales. Álvaro Uribe Vélez era reelecto cómo máximo mandatario de los colombianos con 7.397.835 votos y, junto a su vicepresidente Francisco Santos, asumía la alta investidura política un 7 de agosto, por cuatro años más.
Cúcuta asusta a los grandes
Con el título del Cúcuta Deportivo en la sexagésima cuarta edición de la Categoría Primera A de fútbol profesional colombiano, culminó la temporada del 2006.
“Los Motilones”, orientados por Jorge Luis Pinto, vencieron en la final al Deportes Tolima en un global de 2-1, pues habían triunfado como locales 1-0, en el Estadio General Santander, y empatado 1-1, en el Estadio Manuel Murillo Toro, de Ibagué.
Los rojinegros, del Oriente Colombiano, contaron en sus filas con Robinson Zapata, Rubén Bustos, Pedro Portocarrero, Macnelly Torres, Víctor Cortés, Lionard Pajoy y Blas Pérez, entre otros, que le dieron la primera y única estrella, que brilla en el firmamento del onceno cucuteño.
Pasto da el primer batacazo
Seis meses antes, Deportivo Pasto se alzaba con el título del 2006-I. Por idénticos marcadores, pero con diferente rival, los orientados por Óscar Héctor Quintabani, daban la vuelta olímpica y también se coronaban campeones primíparos del fútbol rentado colombiano.
Deportivo Cali sucumbió en esa finalísima ante el llamado “Equipo Volcánico”, que contó entre sus filas con jugadores de gran técnica, cómo el portero Carlos Barahona o los defensas Ariel Sevillano, Harnold Palacios, Javier Arizala ó los volantes: José Rosero, Juan Fernando Rebolledo, Jorge Vidal, Ferley Villamil, entre otros. De igual forma, una delantera Carlos Rodas y Carlos Villagra, quienes alzaron el trofeo de campeones, en el Estadio La Libertad, un 25 de junio de 2006.
En la memoria quedaran los goles de Carlos Villagra, las indicaciones del técnico Quintabani, Las corridas y desbordes de Carlos Rodas, la seguridad de Harnold Palacios, la pegada de Arizala, el liderazgo del capitán Rebolledo, la pelota quieta de Villamil, el aporte nariñense con Vidal y su gol en la final, los centros certeros de Sevillano y el orden y consistencia de René y Walden en defensa. Los goles de Villagra en el Pascual Guerrero y de Jorge “Brocha” Vidal en el Libertad y las atajadas monumentales de Barahona no se borrarán nunca de la mente de la hinchada. Todos esos guerreros que dieron todo por la camiseta tricolor pastuso dentro del campo y los que partieron desde el banco para aportar a la estrella y supieron gritar campeón por primera y única vez, para todo un equipo que se hizo gigante.
En ese atípico 2006, La Equidad Seguros ascendió a la máxima categoría y descendió el Envigado Fútbol Club. Los máximos “rompe redes” fueron: Jorge Diaz, con 15 goles, en el Torneo Apertura y Diego Álvarez, del DIM, y John Charria, del Deportes Tolima, con 11 anotaciones, en el Finalización.
Era la quinta versión de torneos cortos, pues, y desde el 2002, cada semestre se ponía en juego una estrella, para la gloria deportiva del país futbolero.
EFISAE, campeón del Ponyfútbol
Un 20 de enero de 2007, y una semana antes del partido de exhibición de la Despedida del Chicho Serna en el marco del “Día del Futbolista Antioqueño”, se jugaba la gran final del Festival Ponyfútbol, realizada por la Corporación Los Paisitas. Fue en homenaje al socio fundador Antonio Franco Ruiz.
En la disputa por el trofeo de la Versión 24, llegaron los oncenos de Deportivo Independiente Medellín y la Escuela de Fútbol de Interés Social Alcaldía de Envigado, EFISAE Envigado.
Los favoritos para dar la vuelta olímpica en la Cancha Marte #1, de la Unidad Deportiva Atanasio Girardot, eran los niños rojos, quienes venían invictos con seis victorias consecutivas. Los naranjas, actuales campeones, querían el Tri en línea para sus vitrinas, hazaña que lograron con un gol agónico de Sebastián Sánchez, para vencer al DIM 1-0.
Así, “Chucho” Betancourt se convirtió en el primer y único técnico en conseguir tres títulos consecutivos hasta ese momento y que, sumado al del año siguiente y al del 2018, lo ponen en la historia cómo el estratega más ganador, en las casi tres décadas y media de este reconocido Festival Infantil de Fútbol.
Maradona nos espera
Sucedió el 27 de enero de 2007. Se iba uno de los históricos de nuestro fútbol: Mauricio Alberto Serna Valencia, más conocido en el mundo de la pelota como “el Chicho” Serna.
Mi memoria me trasladó, como una máquina del tiempo, a las finales de los torneos de la Liga de fútbol de Antioquia, en 1986. Sin visa, ni pasaporte abordé el avión de la imaginación y lo capturé en una fotografía para una revista llamada “Sólo…FÚTBOL AFICIONADO”, que orientaba periodísticamente. Ese instante llegó en fracciones de segundo viendo las finales de la categoría ascenso mayores, del equipo DISMAR orientado por Ramón “Moncho” Valencia. Allí, en la antigua cancha Marte número 3, estaba “chicho” de escasos 18 años disputando los balones y ejerciendo el liderazgo del equipo “cervecero”, patrocinado por Víctor Márquez. Fue un instante para la posteridad, un momento capturado con una vieja cámara fotográfica Olimpus Pen que me había prestado un vecino.
A la realidad de esa tarde sabatina de enero del 2007, me volvió mi madre cuando me preguntó: “mijo, ¿para dónde va? Le contesté que iba a ver al mejor diez argentino de todas las épocas: Diego Armando Maradona. Por supuesto no me creyó.
En ese entonces vivía en un apartamento en el sector del barrio La Castellana, de Medellín. Con escasos dos mil pesos quinientos pesos (un dólar de ese entonces), la mitad de ellos invertidos para pagar el pasaje del bus de Laureles, llegué al estadio Atanasio Girardot. El ingreso al máximo coliseo del fútbol de nuestra ciudad fue fácil. Con el carné de periodista miembro de la ACORD pude acceder. Sí, la agremiación periodística me permite ingresar cómodamente a cualquier escenario deportivo de nuestro país. Pensaba en los más de casi 50 mil sufridos hinchas que llenaron las tribunas para contribuir con su dinero a la Fundación Santiago Corazón, una obra social a la que estaba destinada la mitad de la taquilla.
Llegué al estadio temprano para la jornada deportiva, con una acompañante de aventuras futbolísticas: mi cámara de vídeo. Los trámites para ingresar al gramado eran muy dispendiosos: tenía que haberlo hecho hace más de un mes antes, acreditarme ante los organizadores, hacerle el respectivo Lobbing al jefe de comunicaciones, ..en fin: traer el incienso para quemarlos a los organizadores y los sahumerios para exorcizar los demonios de cuanto “lagarto” o “lambón” existiera para logar la tan anhelada credencial que me acreditara como trabajador de un medio de comunicación y poder ingresar a donde estaban los “dioses del balón”.
– Tenes que poseer un permiso especial que te lo da Mario Múnera. Decía con firmeza y un poco de encanto, por el poder que poseía en ese instante, el comunicador del evento.
Me fui cual presuroso a buscar Mario Múnera, organizador del evento denominado “Día del fútbol Antioqueño”. Lo busqué por todos los lados: en las cabinas de transmisión de los partidos, en los pasillos, en los baños públicos, en las tribunas, en las oficinas de la administración de estadio, … pero nada. No aparecía el susodicho personaje. Ya casi me daba por vencido de la búsqueda tan enorme, muy similar a los operativos que montaron en la Policía Nacional cuando se intentaron encontrar a Pablo Escobar, en la década anterior, cuando apareció un colega y me dijo que se encontraba en la improvisada sala de prensa que habían montado para mostrar las bondades del “nuevo estadio”, luego de su reinauguración en diciembre pasado.
Allá me “parché”. Luego de un corto saludo le dije para qué lo necesitaba. Muy olímpico hizo una gambeta muy similar a la que realizó alguna vez el delantero colombiano al servicio del Deportivo Cali, Willington Ortiz, para desequilibrar al “Pato” Fillol y convertir uno de los mejores goles colombianos en la Copa Libertadores de América y para vencer al encopetado River Plate, hace ya cerca de 35 años. Me dijo que el autorizado era el jefe de comunicaciones.
Vuelvo a dónde el famoso comunicador para que me tramitara ese anhelado pasaporte. Repitió “eso lo autoriza Mario Múnera”. Me sentí como jubilado haciendo los trámites para que le den su pensión, que luchó con tanto ahínco pero que no se la dan por la maldita burocracia estatal. Un poco enojado, poco común en mí, me dirigí, de nuevo, en la búsqueda de mencionado “dueño del espectáculo”. Lo encontré y accedió a darme su autorización al verme con cámara de televisión y ataviado de periodista deportivo.
Cómo perrito estrenando collar y mirando por la ventanilla de un lujoso carro, me sentí al ingresar al gramado del “Coloso de la 74”, cómo llaman algunos al Estadio Atanasio Girardot de Medellín.
Mi objetivo principal era el Diego, ese que me hizo vibrar con la magia de su fútbol en México 86, en el mismo año en que retrataba al Chicho Serna y su equipo Dismar, en la Cancha Marte #3.
Igualmente, en sus inicios de gloria con la celeste en el Mundial Juvenil de Japón en 1979, cuando daba mis primeros balbuceos periodísticos en el dial antioqueño, con el programa “Goles y Comentarios”, que se emitía por el Radio Sistema Federal, hoy Colmundo Radio.
Ese 2007, cumplía la tercera temporada de mi programa televisivo HISTORIAS A LA REDONDA. El espacio, que se emitía por Cable Unión Medellín, quería tener a este gran ícono del balón de fútbol, para mostrarlo en esa perspectiva humanística que tenía y tiene esta propuesta periodística audiovisual.
Otra persecución se inicia. Detrás del popular Pelusa le seguía sigiloso sus pasos por la cancha. Muchos también lo perseguían para sus fotos personales. Mi corazón latía acelerado, que casi se me salía del pecho. Su pequeña estatura, similar a la mía, contrataba con la grandeza de su fútbol.
El Atanasio se vistió de fiesta. A sus 36 años y medio, Maradona y su magia se vieron en unas tribunas abarrotadas por hinchas del fútbol, que llenaron en máximo escenario del balón medellinense, para contribuir solidariamente con una obra social llamaba “Santiago Corazón” y con la compinchería de Mario Múnera, uno de los creadores del evento denominado “Día del Fútbol Antioqueño”, anfitrión del evento.
La cinta de video que, cómo evidencia histórica, había realizado, se perdió en el mismo día de su producción, pues un colega, de cuyo no quiero acordarme, me la pidió prestada y nunca la devolvió.
Así y todo, retorné a mi apartamento “sacando pecho” y hoy recordar que estuve cerca a uno de los grandes del balón: Diego Armando Maradona, y que ese privilegio, del que gozaron muy pocos, me valió solo 2.400 devaluados pesos colombianos, que fueron los dos pasajes en bus.
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