Babyfútbol, un potente simbolismo

Por: Amado Hernández Gaviria

Agencia Informativa Acord Antioquia

Corrí para montarme en el colectivo. Ya se iba. Pasé la registradora, caminé hasta el fondo y me senté en la última banca, donde un ala de la puerta trasera me resguardaba. Lugar discreto. Tres puestos adelante, un niño de cabello crespo hablaba y reía con la señora que tenía al lado. Los separaba el pasillo.

El carro arrancó. Me puse a revisar el celular. Los videos que esa mañana me habían hecho los compañeros, mientras narraba, me mostraban marcando con las manos un montón de gestos en el aire, algo que en una transmisión jamás se ve. Me sorprendí ¡Cuánta vehemencia! Una pausa. Levanté la mirada y de repente me topé con la del niño. Estaba fijo conmigo. Me sentí examinado, casi intimidado. Agaché la cabeza como para seguir viendo la pantalla, era un despiste, y volví a mirarlo. Esos ojos anhelantes aún estaban allí.

El colectivo avanzaba. Volví a ensimismarme. Estaba analizando los videos cuando: “¡Poeta, cómo le va!”. Escuché una voz muy cerca. Sobresaltado, levanté la vista. Un señor se me dirigía. Llevaba de la mano al chico de los ojos anhelantes. “¿Poeta?”, le pregunté.

“Mi hijo lo reconoció”, dijo. “No, no soy el Poeta”, le contesté manteniendo un gesto de seriedad. El niño continuaba observándome. “¿Quién es el Poeta?”, indagué sin dejar notar que era una broma. “Amado Hernández, el narrador de fútbol. Mi hijo siempre lo escucha. Es igualito a usted ¿No le han dicho que se parece mucho?”.

El carro frenó. Se iban a bajar. El chiquillo ya no me miraba. El papá y la mamá se despidieron con un “que le vaya bien, señor, y perdone por haberlo confundido”. Reí. “¿Cuál es tu nombre?”, le pregunté mientras el niño pisaba el primer escalón. “David”, respondió sin importarle mucho.

“¡David! – puse tono de narrador- ¡Yo soy el Poeta!”. Giró de inmediato. Su cara estaba encendida. Los ojos y la boca se le desparramaron como si yo fuera una revelación divina. Y exclamé: “¡Estaaalla la revolución del fúuutbol!”. Todos se rieron. Entonces dijo: “Yo voy a jugar la Baby dentro de dos años y quiero que usted me narre”. Se bajaron.

¡Cuánta magia envuelve el Babyfútbol! Es mucho más que un torneo, lejos. Este año, en Telemedellín, entrevistamos a un niño del equipo de México. Provenía de Tangamandapio ¡Sí, Tangamandapio existe! Yo creía que era una ficción de Jaimito, aquel cartero viejo del Chavo del 8. Cientos de televidentes nos escribieron desde allí. Y nos hablaron de su pueblo. Y de la estatua que le erigieron al anciano comediante. Entonces comprendí que el Babyfútbol es un potente simbolismo que no solo representa sueños y anhelos infantiles. También pueblos y naciones a través de sus soñadores.

Sí, queremos ser representados. Reconocidos. Y no necesariamente por una exigencia de nuestra vanidad. No. Tenemos la necesidad de significar. Es un asunto existencial. El hombre primitivo se reconoció cuando observó su rostro reflejado en el espejo de agua. Y empezó a preguntarse sobre quién era. No significar es como no existir.

Lo hecho en el Babyfútbol me convierte en un “significado” para los demás, efecto de esta profesión “indiscreta”. Y esos “demás”, como el chico del cabello crespo y la mirada anhelante, desean algo parecido. Quizás por eso David aseguró que dentro de dos años jugará la Baby”. A lo mejor se volverá un símbolo, como tantos otros. Es decir, significado. El significado de sí. De su barrio. De su país. O el “significado” reconocido por otros ojos anhelantes en una esquina, una avenida, un estadio… o en la última banca de un bus.

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